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El negro de Triana - Leyenda


 


En Sevilla, amante de la novelería y las leyendas, se tiene por aceptado que si quieres casarte, o bien encuentras el pajarito que hay en el azulejo de las ánimas de la Parroquia de San Pedro, o bien debes ir a Triana y dar siete patadas a a tumba del Negro de Triana, sepultura con una curiosa historia a sus espaldas.

La Iglesia de Santa Ana, erigida por deseo de Alfonso X, el Sabio a mediados del siglo XIV, hace casi 700 años, posee en la nave derecha una tumba cuyos azulejos poseen una gran calidad, no en vano fueron realizados por Francisco Niculoso, también conocido como Niculoso Pisano, ceramista italiano de gran prestigio, que introdujo el renacimiento en Sevilla. Pisano era oriundo de Pisa, de ahí su sobrenombre, fue el introductor del azulejo plano y pintado en la ciudad, por lo que se considera uno de los creadores de la cerámica sevillana.


 

La tumba pertenece a Iñigo López, un supuesto esclavo enterrado en la misma sobre 1503, en la cenefa que rodea la imagen yacente de un varón de tez negra así se atestigua.

Cuenta la leyenda que sobre el año 1842 un vecino alfarero de la zona, llamado Castro, mientras oraba en la capilla de las ánimas del Purgatorio de la Parroquia de Santa Ana, recibió la “visita” de un varón de avanzada edad, que surgió de la nada, que le indicaba que tras el retablo frente al que oraba había el cadáver de un esclavo negro que había sido asesinado por un noble. La “aparición volvió días después e insistía en el mismo argumento.

Cuando el vecino comunicó el hecho al párroco este no le creyó, tomando como orate al pobre hombre, que así se hizo famoso en el barrio con fama de embustero y de loco.


 

Años después, a mediados del siglo XIX, en unas obras que se realizaron en la Parroquia, al mover el retablo de las ánimas, aparecido la tumba del esclavo negro como el espíritu había asegurado, recordando entonces a aquel vecino que tomaron por loco y que ya había fallecido.

Se trataba de un indio que había llegado de América con el sobrenombre de «El Negro». Fue el mismísimo Cristóbal Colón quien lo mandó para España. En 1493, cuando los españoles abandonaron la isla de Puerto Rico, Colón solicitó al jefe de la tribu que le cediera a algún joven para servirle, y este ofreció a su propio hijo. Al llegar a Sevilla este chico, que había sido dejado por Colon en tutela de un fraile franciscano, entró en el convento de San Francisco, donde se convirtió al cristianismo y adoptó el nombre de Íñigo López por mediación de un marqués, de nombre desconocido, quien lo bautizó y lo sacó del claustro del convento para ponerlo a su servicio.

  

Al parecer un día, mientras se bañaba desnudo, su padrino el marqués intentó yacer con Iñigo, a lo que este se negó, montando el noble en cólera al no estar acostumbrado a que se le llevase la contraria, golpeando al indio hasta la muerte.

Años después se extendió la creencia que cualquier mujer que diese siete patadas o taconazos a los azulejos de la tumba encontraría marido, produciendo este hecho daños de consideración lo que obligó a que ya en el siglo XX se colocase una reja protectora, cayendo en desuso hoy esta tradición

La lauda sepulcral está formada por 32 azulejos de barro pintados, con unas medidas de 144 x 74 cm, y es datada en 1503 tal y como se indica en la cenefa que la rodea. Es la primera obra conocida en la ciudad de Niculoso Pisano, autor que firma también la obra con la inscripción latina “Niculoso Francisco Pisano me fecit”, y en ella aparece un hombre de apariencia joven de piel oscura, con ropajes tardo medievales, con una cruz en el pecho y un gran almohadón bajo la cabeza.


 

No hay elementos que permitan pensar que fuese un noble o un clérigo, ni escudos familiares, pero los ropajes y el autor de las piezas hace creer que debía ser persona de familia importante.

 

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