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El Arcediano y el Zapatero - Leyenda

 

 


Pedro I siempre fue un personaje controvertido, mientras unos lo tachan de cruel e inmisericorde, otro grupo lo cataloga como justo, de uno y otro aspecto hay varias historias que arrojan luz sobre este rey medieval.

Durante el reinado de Pedro I, el Cruel o el Justiciero, cada cual lo defina según su gusto, sucedió que un Arcediano de la Catedral ( diácono principal de una catedral que se ocupa de las obras de caridad que se ejercían de parte del obispo, de administrar las diócesis y dirigir archidiaconados o arcedianatos ) mató a un zapatero de la ciudad.

En aquel tiempo existía la justicia civil, la administrada en el nombre del Rey, y una justicia eclesiástica que emanaba de tribunales de la Iglesia.


 

El caso fue juzgado por un tribunal eclesiástico, y se condenó al Arcediano a no poder decir misa en el término de un año. Pena leve para un sacerdote que, podía darse el caso, solo celebrase una misa semanal.

El hijo del zapatero apelo a la jurisdicción civil y contó su caso al rey en espera de obtener justicia.

El Rey preguntó al joven si sería capaz de matar al clérigo, ya que no obtenía la justicia que buscaba, el joven no se amilanó y contestó que si, a lo que el rey le autorizó a acabar con la vida del Arcediano.

En la festividad del Corpus, mientras se celebraba la procesión, el hijo del zapatero apuñalo al clérigo dejándolo muerto, siendo prendido inmediatamente por los guardias como autor del asesinato.


 

En la vista donde se trató el caso, el rey, en presencia del juez eclesiástico que había juzgado al arcediano, pregunto al joven porque lo había matado.

El joven contestó que tras el asesinato de su padre no había obtenido justicia, habiéndose condenado al autor a un año sin oficiar misas, pena que el joven consideraba demasiado leve para el delito cometido.

Ante las protestas del juez eclesiástico, el monarca dictó sentencia contra el joven, condenándole a no coser zapatos durante un año, con lo que así se igualaban las condenas.

Mas adelante, el propio Pedro I promulgó una ley en la que se igualaron las penas que pudiesen ser cometidas por clérigos o legos.


 

 

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